Los Viajes Astrales de Daniel Meruois
Hay días y noches que cuentan más que otros.
Hay segundos que viven y se alargan noches enteras.
El alba coloreaba ligeramente tras los cristales empañados de una
pequeña habitación de estudiante. Con el espíritu extrañamente vacío había
estado esperando la noche entera.
Las imágenes de la víspera no cesaban de volver a tomar forma ante mis
ojos. Intentaba recordar los últimos instantes que precedieron a lo Increíble
Me había acostado a las diez como todas las noches; una débil luz
iluminaba todavía la pequeña habitación que había elegido como albergue por un
año. Pensamientos desordenados e intrascendentes ocupaban mi atención, mientras
un ligero sopor se apoderaba de mi.
Fue entonces, súbitamente, cuando todo cambio. ¡Me sentí proyectado
fuera de mí mismo, pegado contra el techo de la habitación! Me invadió un
intenso frío, un frío que venía de dentro.
Simultáneamente tuve la sensación de que me enderezaba, de que me daba
la vuelta, no se con exactitud, y me vi... Me vi, realmente me vi, desde fuera
en carne y hueso, como se ve a cualquier otro que no es uno mismo, a un amigo,
a un extraño. Mis ojos estaban allí, en el techo, encima del armario en el que
guardaba mis libros; estaban allí y contemplaba mi cuerpo que yacía, dos metros
más abajo, inerte, como una mera envoltura vacía.
Por un momento, creí que todo no era más que un sueño; pero, no... mi
espíritu estaba demasiado perspicaz, demasiado lúcido.
Yo, mis ojos, mi conciencia o quizá todo a la vez, vagaba de derecha a
izquierda. Por un instante creí que iba a golpearme contra la arista del
armario.
Puse la mano ante mí, cerca de la frente, para amortiguar el golpe. ¡Mi
mano! ¡Tenía una mano!
Y vi como mi mano se hundía en la madera y sentí como mis ojos
penetraban en el armario hasta llegar a acariciar los libros desperdigados y
los cuadernos amontonados.
Me deslicé entre los estantes y, otra vez, me detuve ante aquel otro yo
inerte.
Fue en ese precioso instante cuando tomé plena conciencia de que, en el
estado en que me encontraba, tenía un cuerpo...
Yo era un cuerpo extrañamente blanco, extrañamente luminoso, con la
efervescencia de una vida misteriosa.
Luego, brutalmente, acabó todo. Sentí un dolor a la altura del
estómago, hubo como un relámpago interior y me encontré nuevamente prisionero
bajo las mantas, en aquel cuerpo que momentos antes me había parecido
desmañado. Todo había terminado.
Las semanas que siguieron a esta experiencia, totalmente involuntaria
no me revelaron nada. Ningún hecho parecía querer volver a provocar el fenómeno
que no conseguía explicarme.
El azar hizo bien las cosas, poniéndome ante la obra consagrada a un
extraño fenómeno, no obstante muy real, llamado salida astral.
El autor cuya narración devoraba, afirmaba que otras personas en
diferentes puntos del globo la practicaban.
Para hablar con propiedad, enseñaba una técnica con todo lo que ello
comporta; es decir, un método que culminaba a través de varios estadios
progresivos. No me faltaba aparentemente nada para volver a provocar esa
especie de raro desdoblamiento. Me puse a trabajar con un gozo profundo y
silencioso, convencido de la victoria final.
Una anodina tarde de octubre, en una amplia y fría habitación cerrada
con dos vueltas de llave, lo Increíble se reprodujo. Fue como una explosión en
lo más profundo de mi ser.
Mejor que la primera vez, vi y comprendí lo que acababa de suceder. Sí,
yo era un cuerpo desmadejado tirado sobre una cama. Pero sí, también era un
cuerpo luminoso, capaz de flotar de acá para allá o de volar.
Pasaron las semanas que me vieron repetir algunas veces el
desdoblamiento astral.
Atravesaba ahora las paredes de mí habitación con la misma naturalidad
con que hubiese pasado una puerta cualquiera.
El mundo brillaba a mi alrededor con mil chispitas centelleantes. Aquel
día había abandonado una vez más mi cuerpo. Como siempre que me encontraba en
semejante estado me sentía irresistiblemente atraído hacia arriba, hacia no sé
qué cima invisible.
Finalmente decidí abandonarme a ese deseo persistente y casi
incontrolable.
Esperaba tomar altura, contemplar la ciudad a lo sumo, desde un
centenar de metros más arriba; pues ciertamente mi ascensión tenía que terminar
en algún momento...
Efectivamente, tome altura... pero simultáneamente se produjo un
extraño fenómeno: mis brazos, mis piernas, todo mi cuerpo, sintieron una
comezón y empezaron a centellear de forma desconocida para mí. Mis miembros me
parecieron de repente más diáfanos, menos reales, menos densos. Confieso que en
ese preciso instante me invadió el miedo. ¡Durante un segundo, quizá menos!
Entonces una gigantesca ola de silencio absorbió mi ser. Una detonación muda
hecha de luz blanca me envolvió. No existía nada fuera de una gran calma. Todo
se borró progresivamente. De aquella luz extraordinariamente blanca que aún me
envolvía surgieron unas formas primero vagas, después más concretas cada vez.
Finalmente llegaron a un estado de nitidez que me asombró.
Lo que vi entonces superaba en magnificencia a todo lo que había visto
hasta ese momento. Un maravilloso mundo lleno de belleza y claridad desplegaba
ante mi su esplendor: prados de un delicado verde, ligeramente ondulados,
árboles de prodigiosa fuerza y majestad, arroyos cantarines bajo el musgo...
Me di cuenta enseguida de que incluso mi cuerpo, aunque conservaba
especial luminosidad, me parecía más real que nunca.
Permanecí inmóvil.
Apareció ante mi un ser sin que pudiera ver de donde venía. Avanzó
hacia mí en silencio con una sonrisa en los labios y un brazo semitendido en mi
dirección; luego empezó a hablar lenta, muy lentamente.
No voy a entrar en detalles sobre las palabras que pronuncio; solo
reproduciré las frases fundamentales tan fielmente como lo permita mi memoria.
“No dejes que te embargue ningún miedo, ninguna inquietud. El mundo que
en este instante te abre sus brazos es tan real como el que has conocido hasta
el presente. Nada has de temer ni de él ni de mí. No somos fruto de tu
imaginación, no somos alucinaciones. Cuando hayas entendido la realidad de este
mundo, me gustaría que hicieras partícipes de tu experiencia a la mayor
cantidad posible de seres humanos”.
El ser se callo y me miro imperturbable.
Solo en ese momento me fijé en lo extraño de su fisonomía. Nunca me
había sido dado contemplar un rostro tan oblongo, una silueta tan esbelta ni un
cuerpo tan armonioso. Toda su persona reflejaba una inagotable serenidad.
La piel de este singular personaje era ligeramente azulada y
extraordinariamente pálida y de gran belleza.
Tras algunos instantes de silencio, vi que me hacía una seña para
que me cercara más a él.
Di algunos pasos y en ese momento mi pensamiento se centraba solo en el
suelo que pisaba. No, no cabía la menor duda, lo notaba firme bajo mis pies, mi
peso aplastaba realmente las briznas de hierba.
“Todo esto te asombra -dijo el ser de rostro azulado-. Lo importante es
que, ante todo, sepas dónde estás, para que al volver a tu mundo familiar, no
achaques a una alucinación o a un simple sueño lo que has visto. Escúchame con
atención porque es muy importante.
Cuando, no hace mucho, los hombres descubrieron la existencia de las
ondas, no sospecharon hasta qué punto acababan de dar en la veta de una de las
fuerzas más extraordinarias de la naturaleza. Hoy, sabes muy bien, la expresión
longitud de onda es en la Tierra algo corriente e incluso banal. Pero, ¿cuantos
hombres sospechan lo que se esconde tras ella? Muy pocos saben, o se plantean,
que todo objeto está situado en una determinada longitud de onda. Ni siquiera
el cuerpo humano se libra de esta regla. Si se habla en términos físicos no es
más que un conjunto de átomos que vibran en una determinada frecuencia. La
existencia material de una cosa, su sustancia, su aspecto, son el resultado de
la frecuencia en la que se encuentra. Cuanto más baja sea la frecuencia de las
vibraciones, más densa será la materia.
Ten esto en cuenta y escúchame ahora con mucha atención.
El mundo en que te encuentras en este momento existe en una longitud de
onda distinta de la que corresponde a la Tierra que conoces. Los átomos, las
partículas de vida o energía que la componen vibran de acuerdo con una
frecuencia infinitamente superior a la de tu universo cotidiano. Por esta razón
el lugar en el que ambos estamos ahora queda absolutamente fuera del alcance de
los cinco sentidos del hombre común. Si no te parece convincente o explícito,
trasládate a lo que se llama un cuadro de vibraciones y comprenderás fácilmente
como, al aumentar el número de vibraciones por segundo, un sonido sencillo se
convierte en un ultrasonido, en infrarrojo, en ultravioleta, en rayos X, rayos
gamma y, finalmente, en rayos cósmicos.
Se que te preguntas cómo has podido llegar hasta aquí. Sencillamente
por las mismas leyes que acabo de explicarte: has modificado momentáneamente la
estructura vibratoria de cierta parte de tu cuerpo. Claro es que tu voluntad
consciente no ha intervenido para nada hoy; la mía ha actuado en su lugar
forzándote a introducirte en este universo.
La telepatía es el lenguaje usual en este mundo.
Estas en el universo astral. Al menos así lo ha bautizado esa minoría
de hombres que, en la Tierra, conoce su existencia. El cuerpo que utilizas no
es sino tu cuerpo astral; es un doble exacto, la réplica si lo prefieres, de tu
cuerpo carnal. Te diste cuenta, me imagino, cuando fuiste consciente por
primera vez, de los detalles del desdoblamiento. La visión que cada cual puede
tener del mundo astral casi no cambia en las primeras experiencias. Lo que en
cambio puede variar es la visión que tiene cada uno de su propio cuerpo astral.
Por tu parte has podido ver tus miembros con toda claridad y muy
rápidamente. Esto es una excepción pues en la mayoría de los casos el ser
desdoblado no percibe de su cuerpo astral más que una vaga nube luminosa de
forma ovoide.
Mira atrás, hasta el primer descubrimiento de tu cuerpo luminoso... ¿No
te das cuenta de que todo se desarrolló en dos períodos? En el primero
conociste tu cuerpo astral y las posibilidades que te brindaba. Lo único que te
ofrecía era una visión distinta de la Tierra. La atmósfera formada por mil
partículas de luz en la que entonces te movías, era solo el umbral del universo
que hoy has conocido. Esta atmósfera constituye por sí misma un mundo, es el
intermedio, la vía de acceso entre la Tierra y este lugar para llegar hasta mí;
y aquí comienza el segundo periodo de tu experiencia; fue necesaria por tu
parte una nueva intervención sobre ti mismo. Tu cuerpo luminoso no vibra aquí
con las mismas ondas”.
Efectivamente, mis percepciones eran más nítidas, más agudas que nunca.
“Ya es hora de que sepas que es este mundo, es decir, a que
corresponde. Este universo no es otra cosa que la verdadera morada del cuerpo
astral. Lo que viviste en la Tierra cuando te desdoblabas voluntariamente es
exactamente la experiencia de la muerte. Cuando un hombre abandona
definitivamente la vida terrestre, no nota nada más que lo que tú has vivido.
De modo que, ya lo ves, el cuerpo astral, este doble luminoso superpuesto al
cuerpo carnal, que se desprende de él en el momento oportuno, es sencillamente
eso que todas las religiones llaman alma. Pero llámalo como quieras.
Desde un punto de vista meramente físico, el cuerpo astral es
comparable a una onda de energía continua cuyo fin es animar las células
nerviosas. Esta energía contiene en sí misma la inteligencia, así como la
facultad que todo individuo posee de su propia conciencia.
Hace 2500 años, podría decirte igualmente hace 5000, todos los hombres
sabían que su cuerpo carnal estaba animado por una forma de energía que
llamaban alma; es inútil decir que hoy ya no ocurre lo mismo. Los
descubrimientos científicos de los últimos cuatro siglos, si bien útiles y
necesarios, mataron en muchos de tus semejantes hasta la noción misma de alma.
Esto es al mismo tiempo un bien y un mal. Mal porque el universo material
ofrece con excesiva frecuencia la ilusión de ser autosuficiente y de
representar la realidad total y objetiva. En una palabra, porque limita
obligatoriamente”.
Mi guía empezó a explicarme que la destrucción progresiva de la noción
de alma empezó en Occidente con el siglo XV, es decir, con lo que comúnmente se
llama Renacimento, cuya primera manifestación fue la glorificación del cuerpo
tal y como lo demuestra el arte de la época.
El mundo astral, así como todo lo que él contiene, no es un universo
material, no obstante es un universo que se puede calificar de físico.
Representa el molde, el modelo de su doble material.
Aunque es invisible para ese doble, le suministra continuamente una
abundante energía. Esa onda de energía impalpable es la que mantiene y
desarrolla en la Tierra lo que se llama Vida”.
En otra de las experiencias fuera del cuerpo, el guía del rostro
azulado dijo: “El ser humano no dispone de una sola y única vida sino de una
infinidad de vidas de las que le corresponde sacar el mejor partido posible.
Las existencias en la Tierra preparan las existencias en lo astral y viceversa,
hasta alcanzar cierto grado de perfeccionamiento que suprima la cadena de los
renacimientos.
Anne Givaudan, editora |
La reencarnación es ciertamente una realidad y no una quimera, como se
cree con ligereza en el mundo en que naciste. Tiene un solo fin: multiplicar
hasta el máximo el número de experiencias, fortificar cada alma para hacerla
invulnerable a todo lo que revista una forma profundamente negativa. La vida de
los hombres sobre la Tierra actual solo es momentánea, aunque ese momento tenga
una extensión de algunos miles de años. Un día tomará el relevo otro tipo de
existencia...”
En otra de las experiencias dijo el guía: “en el fondo de cada ser hay
una lucecita que quiere atraerle siempre hacia lo más alto. Basta con dejarla
hablar, con dejarla crecer. No ahogarla, es desarrollar un ideal y un
pensamiento elevados, es actuar con serenidad, rechazar en todo momento el odio
y la destrucción. No, no estoy predicando una moral, porque una moral tiene
siempre relación con una civilización o con una religión. Sencillamente, quiero
poner de manifiesto dos o tres puntos de referencia que, si se tuvieran en
cuenta, podrían cambiar la faz de los mundos. No hay nada tan difícil de lograr
como la sencillez. Si todos los hombres se esfuerzan, por encima de todo y
contra todo, por vivir en armonía, universos cada vez más prodigiosos vendrán a
ellos.”
Por: Pepín