EL CONTACTO OVNI DE PIERRE MONNET
Pierre Monnet |
Sucedió una noche de julio de 1951. Me encontraba en Courthezon, una
pequeña población de Provenza, a dieciocho kilómetros de Aviñón. Yo estaba
situado en la antigua Nacional 7 que atraviesa la población y bordea una
plazoleta en cuyo centro se yergue una fuente circular. No lejos de allí, se
alza una puerta medieval en la que está encajado un reloj eléctrico que
señalaba, al inicio de mi aventura, la una y media de la madrugada. En aquella
época del año y para aquel tiempo, la circulación automovilística era
relativamente más intensa que de costumbre: estábamos en plena época turística
y, al mismo tiempo, se celebraban las fiestas de Orange, mi ciudad natal,
situada a siete kilómetros de distancia.
La carretera entre Courthezon y Orange tiene un trazado rectilíneo a
partir del primer kilómetro. Habitualmente, tardaba entre quince y veinte
minutos en recorrerla. Por aquel tiempo no disponía de otro vehículo que mi
bicicleta. Realizaba aquel recorrido dos veces por semana, siempre los mismos
días y a la misma hora. Mi objetivo: visitar a mi novia que, después, se
convertiría en mi esposa.
Comparaba siempre la hora de mi reloj de bolsillo con la de los relojes
de los lugares donde me hallaba. Aquel día no fue una expectación y, tras las
verificaciones de rigor, subí a mi bicicleta. Pero no sucedió lo mismo que
otras veces.
Tuve la pasmosa sorpresa de verme instantáneamente teletransportado
cinco kilómetros más allá, siempre junto a la Nacional 7, a la entrada de una vasta,
sinuosa y profunda cantera de arena y gravilla. Conocía la existencia de
aquella cantera, pero nunca había puesto los pies en ella.
Luego, como dirigido por una fuerza irresistible empecé a subir el
ancho sendero en cuesta que se adentraba diez metros más abajo por la cantera.
No sabía por qué, al llegar abajo de la pendiente, al nivel del fondo de la
cantera, desmonte y avance a pie empujando la bicicleta.
Portada francesa del libro de Monnet |
Sentía una extraordinaria ligereza. Me encontraba sosegado y distendido
a pesar de lo insólito de la situación. Me sentía como habitado por una inmensa
paz interior. Y, cosa extraña, progresivamente, los sonidos exteriores se
esfumaban a medida que avanzaba por el fondo de la cantera, como si supiera con
toda exactitud a donde me dirigía...
En un recodo, a unos sesenta metros delante de mí y detrás de uno de
los múltiples islotes de tierra que los tractores habían bordeado, percibí una
luminosidad. Seguí acercándome, y a unos doce metros del islote que había
rodeado, a unos quince metros delante de mi, vi flotando, en suspensión, a una
distancia entre cincuenta y ochenta centímetros del suelo, un disco de forma
lenticular cuyo diámetro medía entre quince y veinte metros.
Aquel disco estaba coronado por un abultamiento central en forma de
cúpula. Verticalmente, aquel ingenio debía de medir unos tres metros. El disco
irradiaba, mediante lentas pulsaciones, un color “blanco-plateado-azulado” que
iluminaba nítidamente las paredes de la cantera a una distancia de unos diez
metros. El metal parecía ser la materia con la que estaba hecho aquel artefacto de fascinante belleza.
Lenta, muy lentamente, me aproxime a aquel objeto que parecía tirar de
mi. Luego, al encontrarme ya muy cerca (6 o 7 metros), me di cuenta de
que un silencio total se había establecido desde hacía mucho tiempo a mi
alrededor. Solo captaba el sonido de mi respiración, los latidos del corazón y
la circulación de mi sangre por venas y arterias.
Y, sin embargo, me sentía bien. Maravillado por aquel ingenio, no me
había dado cuenta de que ante mi y un poco hacia el lado del artefacto, se encontraban,
puestos en pie, cuatro seres humanos que no pertenecían a este planeta. Iban
vestidos con un buzo muy ceñido, constituido por un tejido flexible de color
plateado luminiscente, formado por “escamas”. Aquella vestimenta iluminaba el
suelo a su alrededor hasta, por lo menos, cinco metros.
Retrato de como eran los seres |
Avance despacio hasta encontrarme solo a unos tres metros de aquellos
magníficos seres. No llevaban ningún casco para poder respirar. Los cuatro se
parecían. Sus proporciones eran perfectas. Su cabellera, a la vez rubia y
blanca, bajaba ordenadamente por sus hombros. El rostro era hermoso y fino. La
edad podía oscilar entre los 28 y los 30 años. Al acercarme, me sonrieron. Eran
varones. Irradiaban tranquilidad, amabilidad y bondad. Una paz profunda parecía
habitarlos.
Levantaron los brazos hacia mí, horizontalmente, con la palma de la
mano vuelta hacia lo alto. Aquella actitud me inspiró una perfecta confianza.
Sin embargo, realicé un conato de retroceso mientras una intensa
sacudida me recorría de pies a cabeza: !acababan de expresarse en mí sin haber
despegado los labios! !Escuchaba con extraordinaria potencia sus pensamientos
dentro de mi cerebro y de todo mi ser! La nitidez y la claridad eran
extraordinarias. Al mismo tiempo, supe instantáneamente que los pensamientos no
se expresaban mediante palabras, sino que eran como impulsos codificados
mezclados con imágenes y conceptos profundos que me resultaban extraños,
aunque, a la vez, familiares.
La traducción de los conceptos, depositados en mí aquel primer día de
contacto físico, solo empezó a realizarse dos años después. Pero aquí os
muestro algunas frases sueltas que pude comprender inmediatamente al punto de
ser emitidas:
-“Sentimos que hay temor en ti... que el temor te abandone, queremos el
bien de todo ser vivo, especialmente si no es agresivo”.
-“No te acerques más a nuestro vehículo: todo ser vivo que no esté
armonizado con su longitud de onda, corre peligro si se aproxima. Las
vibraciones que emite destruirían las células de tu cuerpo”.
-“Esta conversación que mantenemos contigo, en el futuro te causará
problemas que influirán en tu salud: sufrirás alteraciones nerviosas durante
algún tiempo, pero pasarán. Tras lo cual, nuestra conversación se aclarará y
podrás transmitir a los seres humanos de tu planeta lo que te hemos
comunicado”.
-“Sabemos que usáis entre vosotros el lenguaje por medio del canal de
la escritura. Si esta forma te parece más rápida, úsala. Pero has de tener la
precaución de no adoptar tus conceptos habituales, porque, de ser así, nuestro
mensaje resultaría falseado a causa de la deformación”.
-“Te hemos hablado largo y tendido...Tú emplearás mucho tiempo en
traducir, pero una vez lo hayas hecho, di a los seres humanos de tu planeta lo
que te esté permitido decir”.
-“Estamos aquí en favor de los hombres de este planeta. Dáselo a
entender”.
-“Este mensaje está depositado en ti de forma indeleble...Has de saber
utilizarlo con prudencia. Por nuestra parte, nos sentiremos felices si
colaboras con nosotros”.
-“No eres el único interlocutor nuestro en tu planeta. Pero, por
desgracia, la mayoría de aquellos con los que hemos conversado no quieren
hablar de nosotros y los restantes no son creídos por los tuyos”.
-“A medida que vayas realizando tu traducción, escribe y da a saber que
y quienes somos”.
-“No temas, pero se prudente con respecto a los tuyos cuando te
refieras a nosotros”.
-“Te protegeremos lo mejor que sepamos, a condición de que mantengas el
contacto con nosotros de la forma que te hemos enseñado”.
-“No tendrás una vida lo bastante larga en tu existencia actual. Por
eso, proponemos regenerar las células de tu cuerpo para que vivas 120 años. No
podemos hacer nada mejor por ti. Realizaremos dicha regeneración en el interior
de este vehículo. Y te pedimos que nos perdones: hemos creído necesario actuar
en este sentido. No recordarás la operación”.
Al llegar a este punto, los seres dejaron de emitir pensamientos. Muy
atento hasta ese momento en recibirlos, no me había percatado de que se había
abierto la parte delantera de la cúpula. Los cuatro seres seguían presentes,
sonrientes y silenciosos.
Fue entonces cuando, sin ni siquiera saludarlos, levante mi bici, di
media vuelta y subí la pendiente a pie hasta la carretera. Al llegar a la
Nacional 7, monte en mi vehículo de dos ruedas y, por segunda vez, me encontré
instantáneamente teletransportado en la entrada de la ciudad de Orange, donde
tenía mi domicilio.
Instintivamente, consulte mi reloj y me quede boquiabierto al ver que
seguía siendo al una y media de la madrugada.
Para estar seguro de no haber soñado, al entrar en casa, hice a
propósito mucho ruido. A la mañana siguiente, me caería encima una airada
reprimenda por haber despertado a toda la casa. Y lo cierto es que el sermón no
faltó. Ya disponía de una prueba de que yo no había soñado.
Los seres galácticos que he encontrado en diversas ocasiones entran en
contacto frecuente conmigo desde 1974, pero no los veo; los contactos son solo
telepáticos. Con todo, no puedo dudar de la realidad de estas comunicaciones a
distancia.
Recuerdo un viaje a Niza. Un amigo conducía el coche. Estábamos muy
cansados de ir y volver en una sola jornada en un R-5. A esa fatiga se añadía la
visita a pie de la ciudad de Niza.
Circulábamos tranquilamente por el camino de regreso. Era de noche y el
cielo estaba hermoso y estrellado. Ni el más leve asomo de brisa hacía vibrar
las hojas de los árboles, por más que empezaba a hacer frío. Nos hallábamos en
la Nacional 7 en dirección a Brignole. A unos diez kilómetros de dicha
población; eran las 19.50. Justo en ese momento, vimos en el cielo, situado
perpendicularmente respecto al eje de la carretera, a una distancia aproximada
de mil metros delante de nosotros y a unos cien metros de altura, un magnífico
artefacto. Un disco volador, de forma lenticular y de color eléctrico se
dirigía en línea recta hacia nosotros. Aquel aparato debía tener unos veinte
metros de diámetro y evolucionaba en medio de un impresionante silencio a una
velocidad aproximadamente igual a la nuestra, pero en sentido contrario.
Mi amigo, que nunca había visto un ingenio extraterrestre, parecía
fascinado por aquello que estaba mirando. El disco había perdido altura y
pasaba justo por encima de nuestro coche. Bruscamente, nos inclinamos hacia
delante para verlo pasar por encima.
En el instante en que el artefacto pasaba por encima de nosotros,
nuestro cansancio desapareció. Y por si esto fuera poco, experimentamos un
incremento de fuerza y de ánimo.
Por mi parte, en el mismo instante en que el disco pasaba por encima de
nuestras cabezas, recibí un mensaje telepático muy nítido, cuyo contenido
transcribo:
“Confianza... estamos aquí... revitalización... confianza, estamos
atentos... revitalización celular... siempre estaremos aquí... siempre
estaremos contigo... tu misión no ha hecho más que empezar...”.
El amigo que conducía el coche me propuso organizar un largo ciclo de
conferencias. Decidí, no sin temor, iniciar aquella gira.
En uno de los mensajes telepáticos, recibido el 11 de junio de 1976, 3
h 45 minutos, se dice:
“... Somos originarios de la estrella que vosotros llamáis Vega,
situada en la constelación de la Lira. Esa Estrella es un sistema complejo que
comprende 14 planetas, de los cuales 9 están habitados. Pertenecemos a uno de
esos planetas, cuyas propiedades en volumen son 20,29 veces mayores que las de
vuestro planeta Tierra...”
En otro de los mensajes telepáticos, recibido el 20 de julio de 1977, a las 0:50 h,
se dice:
“... Vamos a hablarte de la vida y de la muerte.
Transmitirás a tus semejantes lo que te vamos a decir.
Sabemos que le tenéis mucho miedo a lo que llamáis muerte. En todos lo
tiempos habéis cometido el error de pensar que tras la desintegración de
vuestro soporte material, ya nada podía existir. La realidad es completamente
distinta.
La realidad es que el ser humano, sea quien sea, solo vive en el
presente un momento de las vibraciones de su futuro ya que de inmediato, se
convierten en vibraciones de pasado. El Presente, el Futuro, el Pasado son solo
imágenes ficticias que fraccionan vuestro tiempo en momentos de vida material.
Vuestros esquemas comprensivos no pueden concebir más que una realidad. La
verdad es que el tiempo no existe.
El lapso de tiempo de vida del que tenéis conciencia, no es otra cosa
que una de las múltiples vibraciones del acto de vida energética que vuestro Yo
inmortal ha impreso en vuestra envoltura física. Vuestro Yo interior, cuyo
origen es divino, es el creador de todo el ser humano que sois, cuerpo, alma y
espíritu. Pero vuestra envoltura física degenera por falta de aplicación de las
leyes universales cósmicas. Con otras palabras, en cada momento presente,
vuestra envoltura se dirige hacia el pasado, hasta su completa desaparición.
A partir de ese instante, vuestro Yo interior, que es energía-vida
imperecedera, se une a la masa energética universal. Allí aguarda a que se
reúnan los elementos materiales para que pueda reingresar en otra envoltura
física en este mismo plano terrestre, en otro planeta o en otra dimensión cuyas
vibraciones sean más altas, según el grado de evolución de vuestra conciencia
individual.
Cuanto más se prolongue la vida física de una entidad, tanto más tiempo
tiene de perfeccionar su evolución en el presente, orientada hacia su próximo
futuro constituido por múltiples cambios de estado, que experimenta a lo largo
de las sucesivas estaciones.
No habéis de tenerle miedo a lo que llamáis muerte. Con estas palabras
le tenéis miedo a lo que estáis ya experimentando desde el nacimiento. Por más
increíble que os pueda parecer, la muerte es lo que estáis viviendo ya, es
decir, la vejez, la decrepitud, la desintegración progresiva de vuestra
envoltura física. El ser humano se pasa toda la vida muriendo para renacer una
y otra vez... Este es vuestro ciclo de la vida y de la muerte.
En todo esto no hay nada que no sea natural. No entendemos por qué habéis
creado religiones que han deformado y rechazado lo que os acabamos de explicar
abreviadamente”.
Por: Pepín
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