martes, 19 de marzo de 2019



 EL CONTACTO OVNI DE PIERRE MONNET

Pierre Monnet
Sucedió una noche de julio de 1951. Me encontraba en Courthezon, una pequeña población de Provenza, a dieciocho kilómetros de Aviñón. Yo estaba situado en la antigua Nacional 7 que atraviesa la población y bordea una plazoleta en cuyo centro se yergue una fuente circular. No lejos de allí, se alza una puerta medieval en la que está encajado un reloj eléctrico que señalaba, al inicio de mi aventura, la una y media de la madrugada. En aquella época del año y para aquel tiempo, la circulación automovilística era relativamente más intensa que de costumbre: estábamos en plena época turística y, al mismo tiempo, se celebraban las fiestas de Orange, mi ciudad natal, situada a siete kilómetros de distancia.
La carretera entre Courthezon y Orange tiene un trazado rectilíneo a partir del primer kilómetro. Habitualmente, tardaba entre quince y veinte minutos en recorrerla. Por aquel tiempo no disponía de otro vehículo que mi bicicleta. Realizaba aquel recorrido dos veces por semana, siempre los mismos días y a la misma hora. Mi objetivo: visitar a mi novia que, después, se convertiría en mi esposa.
Comparaba siempre la hora de mi reloj de bolsillo con la de los relojes de los lugares donde me hallaba. Aquel día no fue una expectación y, tras las verificaciones de rigor, subí a mi bicicleta. Pero no sucedió lo mismo que otras veces.
Tuve la pasmosa sorpresa de verme instantáneamente teletransportado cinco kilómetros más allá, siempre junto a la Nacional 7, a la entrada de una vasta, sinuosa y profunda cantera de arena y gravilla. Conocía la existencia de aquella cantera, pero nunca había puesto los pies en ella.
Luego, como dirigido por una fuerza irresistible empecé a subir el ancho sendero en cuesta que se adentraba diez metros más abajo por la cantera. No sabía por qué, al llegar abajo de la pendiente, al nivel del fondo de la cantera, desmonte y avance a pie empujando la bicicleta.
Portada francesa del libro de Monnet
Sentía una extraordinaria ligereza. Me encontraba sosegado y distendido a pesar de lo insólito de la situación. Me sentía como habitado por una inmensa paz interior. Y, cosa extraña, progresivamente, los sonidos exteriores se esfumaban a medida que avanzaba por el fondo de la cantera, como si supiera con toda exactitud a donde me dirigía...
En un recodo, a unos sesenta metros delante de mí y detrás de uno de los múltiples islotes de tierra que los tractores habían bordeado, percibí una luminosidad. Seguí acercándome, y a unos doce metros del islote que había rodeado, a unos quince metros delante de mi, vi flotando, en suspensión, a una distancia entre cincuenta y ochenta centímetros del suelo, un disco de forma lenticular cuyo diámetro medía entre quince y veinte metros.
Aquel disco estaba coronado por un abultamiento central en forma de cúpula. Verticalmente, aquel ingenio debía de medir unos tres metros. El disco irradiaba, mediante lentas pulsaciones, un color “blanco-plateado-azulado” que iluminaba nítidamente las paredes de la cantera a una distancia de unos diez metros. El metal parecía ser la materia con la que estaba hecho  aquel artefacto de fascinante belleza.
Lenta, muy lentamente, me aproxime a aquel objeto que parecía tirar de mi. Luego, al encontrarme ya muy cerca (6 o 7 metros), me di cuenta de que un silencio total se había establecido desde hacía mucho tiempo a mi alrededor. Solo captaba el sonido de mi respiración, los latidos del corazón y la circulación de mi sangre por venas y arterias.
Y, sin embargo, me sentía bien. Maravillado por aquel ingenio, no me había dado cuenta de que ante mi y un poco hacia el lado del artefacto, se encontraban, puestos en pie, cuatro seres humanos que no pertenecían a este planeta. Iban vestidos con un buzo muy ceñido, constituido por un tejido flexible de color plateado luminiscente, formado por “escamas”. Aquella vestimenta iluminaba el suelo a su alrededor hasta, por lo menos, cinco metros.
Retrato de como eran los seres
Avance despacio hasta encontrarme solo a unos tres metros de aquellos magníficos seres. No llevaban ningún casco para poder respirar. Los cuatro se parecían. Sus proporciones eran perfectas. Su cabellera, a la vez rubia y blanca, bajaba ordenadamente por sus hombros. El rostro era hermoso y fino. La edad podía oscilar entre los 28 y los 30 años. Al acercarme, me sonrieron. Eran varones. Irradiaban tranquilidad, amabilidad y bondad. Una paz profunda parecía habitarlos.
Levantaron los brazos hacia mí, horizontalmente, con la palma de la mano vuelta hacia lo alto. Aquella actitud me inspiró una perfecta confianza.
Sin embargo, realicé un conato de retroceso mientras una intensa sacudida me recorría de pies a cabeza: !acababan de expresarse en mí sin haber despegado los labios! !Escuchaba con extraordinaria potencia sus pensamientos dentro de mi cerebro y de todo mi ser! La nitidez y la claridad eran extraordinarias. Al mismo tiempo, supe instantáneamente que los pensamientos no se expresaban mediante palabras, sino que eran como impulsos codificados mezclados con imágenes y conceptos profundos que me resultaban extraños, aunque, a la vez, familiares.
La traducción de los conceptos, depositados en mí aquel primer día de contacto físico, solo empezó a realizarse dos años después. Pero aquí os muestro algunas frases sueltas que pude comprender inmediatamente al punto de ser emitidas:

-“Sentimos que hay temor en ti... que el temor te abandone, queremos el bien de todo ser vivo, especialmente si no es agresivo”.
-“No te acerques más a nuestro vehículo: todo ser vivo que no esté armonizado con su longitud de onda, corre peligro si se aproxima. Las vibraciones que emite destruirían las células de tu cuerpo”.
-“Esta conversación que mantenemos contigo, en el futuro te causará problemas que influirán en tu salud: sufrirás alteraciones nerviosas durante algún tiempo, pero pasarán. Tras lo cual, nuestra conversación se aclarará y podrás transmitir a los seres humanos de tu planeta lo que te hemos comunicado”.
-“Sabemos que usáis entre vosotros el lenguaje por medio del canal de la escritura. Si esta forma te parece más rápida, úsala. Pero has de tener la precaución de no adoptar tus conceptos habituales, porque, de ser así, nuestro mensaje resultaría falseado a causa de la deformación”.
-“Te hemos hablado largo y tendido...Tú emplearás mucho tiempo en traducir, pero una vez lo hayas hecho, di a los seres humanos de tu planeta lo que te esté permitido decir”.
-“Estamos aquí en favor de los hombres de este planeta. Dáselo a entender”.
-“Este mensaje está depositado en ti de forma indeleble...Has de saber utilizarlo con prudencia. Por nuestra parte, nos sentiremos felices si colaboras con nosotros”.
-“No eres el único interlocutor nuestro en tu planeta. Pero, por desgracia, la mayoría de aquellos con los que hemos conversado no quieren hablar de nosotros y los restantes no son creídos por los tuyos”.
-“A medida que vayas realizando tu traducción, escribe y da a saber que y quienes somos”.
-“No temas, pero se prudente con respecto a los tuyos cuando te refieras a nosotros”.
-“Te protegeremos lo mejor que sepamos, a condición de que mantengas el contacto con nosotros de la forma que te hemos enseñado”.
-“No tendrás una vida lo bastante larga en tu existencia actual. Por eso, proponemos regenerar las células de tu cuerpo para que vivas 120 años. No podemos hacer nada mejor por ti. Realizaremos dicha regeneración en el interior de este vehículo. Y te pedimos que nos perdones: hemos creído necesario actuar en este sentido. No recordarás la operación”.

Al llegar a este punto, los seres dejaron de emitir pensamientos. Muy atento hasta ese momento en recibirlos, no me había percatado de que se había abierto la parte delantera de la cúpula. Los cuatro seres seguían presentes, sonrientes y silenciosos.
Fue entonces cuando, sin ni siquiera saludarlos, levante mi bici, di media vuelta y subí la pendiente a pie hasta la carretera. Al llegar a la Nacional 7, monte en mi vehículo de dos ruedas y, por segunda vez, me encontré instantáneamente teletransportado en la entrada de la ciudad de Orange, donde tenía mi domicilio.
Instintivamente, consulte mi reloj y me quede boquiabierto al ver que seguía siendo al una y media de la madrugada.
Para estar seguro de no haber soñado, al entrar en casa, hice a propósito mucho ruido. A la mañana siguiente, me caería encima una airada reprimenda por haber despertado a toda la casa. Y lo cierto es que el sermón no faltó. Ya disponía de una prueba de que yo no había soñado.
Los seres galácticos que he encontrado en diversas ocasiones entran en contacto frecuente conmigo desde 1974, pero no los veo; los contactos son solo telepáticos. Con todo, no puedo dudar de la realidad de estas comunicaciones a distancia.
Recuerdo un viaje a Niza. Un amigo conducía el coche. Estábamos muy cansados de ir y volver en una sola jornada en un R-5. A esa fatiga se añadía la visita a pie de la ciudad de Niza.
Circulábamos tranquilamente por el camino de regreso. Era de noche y el cielo estaba hermoso y estrellado. Ni el más leve asomo de brisa hacía vibrar las hojas de los árboles, por más que empezaba a hacer frío. Nos hallábamos en la Nacional 7 en dirección a Brignole. A unos diez kilómetros de dicha población; eran las 19.50. Justo en ese momento, vimos en el cielo, situado perpendicularmente respecto al eje de la carretera, a una distancia aproximada de mil metros delante de nosotros y a unos cien metros de altura, un magnífico artefacto. Un disco volador, de forma lenticular y de color eléctrico se dirigía en línea recta hacia nosotros. Aquel aparato debía tener unos veinte metros de diámetro y evolucionaba en medio de un impresionante silencio a una velocidad aproximadamente igual a la nuestra, pero en sentido contrario.
Mi amigo, que nunca había visto un ingenio extraterrestre, parecía fascinado por aquello que estaba mirando. El disco había perdido altura y pasaba justo por encima de nuestro coche. Bruscamente, nos inclinamos hacia delante para verlo pasar por encima.
En el instante en que el artefacto pasaba por encima de nosotros, nuestro cansancio desapareció. Y por si esto fuera poco, experimentamos un incremento de fuerza y de ánimo.
Por mi parte, en el mismo instante en que el disco pasaba por encima de nuestras cabezas, recibí un mensaje telepático muy nítido, cuyo contenido transcribo:

“Confianza... estamos aquí... revitalización... confianza, estamos atentos... revitalización celular... siempre estaremos aquí... siempre estaremos contigo... tu misión no ha hecho más que empezar...”.

El amigo que conducía el coche me propuso organizar un largo ciclo de conferencias. Decidí, no sin temor, iniciar aquella gira.
En uno de los mensajes telepáticos, recibido el 11 de junio de 1976, 3 h 45 minutos, se dice:

“... Somos originarios de la estrella que vosotros llamáis Vega, situada en la constelación de la Lira. Esa Estrella es un sistema complejo que comprende 14 planetas, de los cuales 9 están habitados. Pertenecemos a uno de esos planetas, cuyas propiedades en volumen son 20,29 veces mayores que las de vuestro planeta Tierra...”

En otro de los mensajes telepáticos, recibido el 20 de julio de 1977, a las 0:50 h, se dice:

“... Vamos a hablarte de la vida y de la muerte.
Transmitirás a tus semejantes lo que te vamos a decir.
Sabemos que le tenéis mucho miedo a lo que llamáis muerte. En todos lo tiempos habéis cometido el error de pensar que tras la desintegración de vuestro soporte material, ya nada podía existir. La realidad es completamente distinta.
La realidad es que el ser humano, sea quien sea, solo vive en el presente un momento de las vibraciones de su futuro ya que de inmediato, se convierten en vibraciones de pasado. El Presente, el Futuro, el Pasado son solo imágenes ficticias que fraccionan vuestro tiempo en momentos de vida material. Vuestros esquemas comprensivos no pueden concebir más que una realidad. La verdad es que el tiempo no existe.
El lapso de tiempo de vida del que tenéis conciencia, no es otra cosa que una de las múltiples vibraciones del acto de vida energética que vuestro Yo inmortal ha impreso en vuestra envoltura física. Vuestro Yo interior, cuyo origen es divino, es el creador de todo el ser humano que sois, cuerpo, alma y espíritu. Pero vuestra envoltura física degenera por falta de aplicación de las leyes universales cósmicas. Con otras palabras, en cada momento presente, vuestra envoltura se dirige hacia el pasado, hasta su completa desaparición.
A partir de ese instante, vuestro Yo interior, que es energía-vida imperecedera, se une a la masa energética universal. Allí aguarda a que se reúnan los elementos materiales para que pueda reingresar en otra envoltura física en este mismo plano terrestre, en otro planeta o en otra dimensión cuyas vibraciones sean más altas, según el grado de evolución de vuestra conciencia individual.
Cuanto más se prolongue la vida física de una entidad, tanto más tiempo tiene de perfeccionar su evolución en el presente, orientada hacia su próximo futuro constituido por múltiples cambios de estado, que experimenta a lo largo de las sucesivas estaciones.
No habéis de tenerle miedo a lo que llamáis muerte. Con estas palabras le tenéis miedo a lo que estáis ya experimentando desde el nacimiento. Por más increíble que os pueda parecer, la muerte es lo que estáis viviendo ya, es decir, la vejez, la decrepitud, la desintegración progresiva de vuestra envoltura física. El ser humano se pasa toda la vida muriendo para renacer una y otra vez... Este es vuestro ciclo de la vida y de la muerte.
En todo esto no hay nada que no sea natural. No entendemos por qué habéis creado religiones que han deformado y rechazado lo que os acabamos de explicar abreviadamente”.


 Por: Pepín


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